La historia de Ghislaine Dorsaz no es una historia común. Llegó a Policarpa con los ojos brillando de esperanza, pero sin saber qué la esperaba.
En 1973, una mujer suiza llegó a Policarpa, Nariño, sin más escudo que su coraje y sin más equipaje que su vocación por los niños. Lo que comenzó como una visita con una ONG terminó convirtiéndose en un proyecto de vida: un hogar infantil que desafió la pobreza, el olvido y la violencia con poesía, dibujos y panes compartidos. Hoy, Ghislaine Dorsaz sigue allí, luchando por muros firmes, pero sobre todo, por sueños que no se derrumben.

Hoy, el hogar que construyó con sus propias manos se enfrenta a la fragilidad de sus muros, a la indiferencia política y a la escasez de recursos, pero sigue vivo gracias al sacrificio de una comunidad que se niega a rendirse. ¿Cómo logró Ghislaine construir un faro de luz en medio de la adversidad, y por qué en Policarpa, a pesar de sus cicatrices, sigue viviendo “sabroso”?
Una mujer suiza, que se había criado en un barrio popular de París, con su padre, un obrero incansable, que trabajaba doce horas al día. Desde niña, Ghislaine vivió la pobreza, pero también aprendió que la adversidad tiene dos caminos: el llanto o el coraje. Ella eligió el segundo. Con esta filosofía, llegó a Colombia, dispuesta a hacer una diferencia.
No fue un viaje por casualidad. Junto a su esposo Claudio, se unió a la ONG Hermanos Sin Fronteras con el deseo de “despertar” a la comunidad, impulsándola hacia el cambio. Al principio, su trabajo no fue directamente con la primera infancia, sino en la organización de una cooperativa para los campesinos. Pero fue en sus recorridos por el pueblo donde la realidad la golpeó con una dureza indescriptible: vio a niñas de apenas 8, 9, 10 y 11 años cuidando a sus hermanos pequeños mientras sus madres trabajaban en el campo, privadas de la posibilidad de estudiar. Esta escena marcó el punto de quiebre para Ghislaine.

“Eso no era justo”, pensó. Y fue así como, en 1974, surgió la idea de crear un hogar infantil. Pero no fue fácil. Sin un espacio propio, el primer refugio para los niños fue la iglesia. Allí, con tres pioneras de 16 años —Hermiña, Neiva y Cosmideri—, que solo habían cursado hasta tercer grado, comenzó el trabajo. A pesar de su juventud y falta de formación, Ghislaine les exigió que terminaran la primaria y luego el bachillerato, con la esperanza de que ellos también pudieran, algún día, ser los motores del cambio en el pueblo.
La comunidad no tardó en unirse. La iglesia ya no podía albergar a todos, por lo que Ghislaine, con el apoyo de un sacerdote suizo llamado Emilio, consiguió financiación en la región italiana de Suiza y compró la primera casa. Pero no quería depender solo de la caridad extranjera. Fue entonces cuando el ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar) se sumó al proyecto, primero con apoyo mínimo, pero pronto financió la compra de más casas y ayudó a transformar el espacio. La comunidad participó activamente, incluso construyendo una piscina, un símbolo de lo que lograban unidos. Y los niños, con sus ojos brillantes, vivieron la experiencia de sentirse parte de algo más grande. En ese entonces eran de los pocos, o tal vez el único, municipio de Nariño que contaba con un escenario educativo de esta magnitud.
A lo largo de los años, el hogar infantil se convirtió en un referente a nivel nacional. De hecho, Bogotá envió representantes para reconocer el modelo. Ghislaine, junto con su esposo Claudio, crió a sus tres hijos, María, Diego y Violeta, en ese hogar, sin darles privilegios. Los niños jugaban, cantaban, pintaban y aprendían como cualquier otro. La felicidad era palpable.

Sin embargo, el paso del tiempo también trajo dificultades. El hogar, aunque lleno de amor y esfuerzo, empezó a sufrir el peso de los años. Un estudio reciente de 67 páginas, que costó 9 millones de pesos, reveló lo que todos temían: la infraestructura está en grave estado de vulnerabilidad. Los muros, que habían sido testigos de tantas historias, ahora están frágiles y amenazados por el paso del tiempo. La solución no es sencilla. Renovar la estructura cuesta más que derribarla, pero la comunidad se niega a perderlo. Este lugar no es solo un edificio: es la historia de generaciones enteras.
La suma necesaria para la renovación asciende a más de 150 millones de pesos, pero hasta el momento solo se han recaudado 23 millones, gracias a eventos organizados por Ghislaine en Suiza y 8 millones más para los estudios técnicos. La comunidad ha demostrado un sacrificio impresionante, organizando bingos y recolectando fondos de manera incansable. Sin embargo, el apoyo estatal sigue siendo insuficiente. “La infraestructura es nuestra responsabilidad”, dice Ghislaine, “pero necesitamos un compromiso real, no más promesas vacías”.
Y el desafío no es solo la infraestructura. El hogar infantil también ha tenido que enfrentar crisis causadas por el contexto. Casos como el de una niña que perdió el 30% de su hígado por una bacteria causada por agua contaminada son una alarma constante. La piscina del hogar, que ya no es segura para los niños pequeños, podría transformarse en una planta de tratamiento de agua potable, pero eso requiere recursos que aún no se tienen.

En medio de todo esto, Policarpa sigue viva. Ghislaine no solo se enamoró de sus paisajes, sino de su gente. “Se vive sabroso en Policarpa”, dice con una sonrisa que refleja su convicción. A pesar de los cultivos ilícitos que llegaron tras la caída del precio del café, y a pesar de la violencia que ha marcado el territorio, Ghislaine cree que el pueblo sigue siendo fuerte, porque su gente nunca ha dejado de soñar. Y a esa gente es a la que quiere seguir ayudando.
Hoy, a sus 73 años, sigue trabajando por Policarpa, y aunque no cree en discursos políticos vacíos, tiene una esperanza renovada. “Lo que se siembra hoy, florece mañana”, dice, mientras observa cómo los niños que pasaron por su hogar ahora forman familias, trabajan y luchan por un futuro mejor. En su corazón, la lucha continúa.
Esta es una oportunidad para que todos los que creen en el poder de la educación, la esperanza y la comunidad, apoyen esta causa de Policarpa. Porque lo que se siembra hoy, definitivamente, florecerá mañana.
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